Brindo para que este año… ¡solo vida!
Alberto Corazón, a sorbos [Parte 2] | [Leer aquí Parte 1]
Por Lali Ortega Cerón
Vivanco Suite me ha hecho reencontrarme con mi niñez: con el olor a tierra mojada, con la viña y con mi abuelo, una figura trascendental en mi vida
El tiempo es un mago travieso que se empeña en crear ilusiones con las distancias: con independencia de lo atento que se esté para no perder un detalle, el pasado vuela, se esconde y de pronto pellizca la memoria si se toca la tecla mágica. No importa el truco: al final los meses y los años, más o menos inteligentes, acaban reducidos a un suspiro si echamos la vista atrás.
Parece que han pasado apenas unos días cuando, con motivo de la inauguración en octubre de la muestra Vivanco Suite, que hasta el mes de junio de 2020 acoge el Museo Vivanco de la Cultura del Vino (Briones, La Rioja), dejamos en el aire una pregunta para el artista que ha diseñado, y materializado, la identidad corporativa de cientos de entidades de este país. El mismo que, como una extensión natural, pinta, esculpe y escribe. El mismo que crece creando, con esa sensación placentera de que el arte le da alas a la vida.
¿Cuál sería el logotipo que Alberto Corazón diseñaría para sí mismo?
Ahora que sus hijos han volado, el polifacético Alberto Corazón ha anclado su nuevo nido, y su estudio, en una antigua imprenta de los años 20 (precisamente el oficio de su abuelo paterno) que le tiene “absolutamente enamorado”. ¿Casualidad o causalidad? Al parecer, una casualidad absoluta “en las que hay que creer” y que, en cualquier caso, le da cobijo a este hombre enérgico, que ha ejercitado a lo largo de su vida la buena costumbre de escuchar para entender. Allí es donde Alberto Corazón ha pintado “furiosamente” las 19 obras que, junto al gran mural de 18 grabados en blanco y negro, conforman Vivanco Suite. Y allí, en pleno corazón madrileño de Chamberí, y aunque quizá no lo tuviera previsto, los pinceles de la memoria le han susurrado cómo olía su infancia entre viñas.
Y bien…
Clarísimamente, el logotipo que me definiría sería el modo en el que firmo. En mi generación nos hicieron un trabajo muy intenso de caligrafía y lo agradezco mucho. Por otro lado, y dejando al margen todos los conocimientos tanto de tipografía, como de caligrafía, hay que crear tu propia letra. Es curioso porque al principio no le daba mucha importancia, pero me lo dicen siempre. De hecho, un estudiante que tuvo conmigo una especie de masterclass me comentó que le gustaría digitalizarla y hacer un alfabeto. Esa manera que tengo de escribir cuando estoy ante un cuadro o un dibujo… ¡Me gusta mucho la idea!
¿Qué denota tu letra?
No es artística. Fíjate que me recuerda a inscripciones paleolíticas, con rectas y círculos, como si estuvieras ante una pared irregular. Algunos estudiosos sostienen que es probable que el griego primitivo estuviese inspirado en los rasgos de la escritura ibérica. En esas fantasías y elucubraciones me rodea la letra.
Quizá evoca lo interesante que es la sencillez
Claro, claro. Prescindir de lo que no es esencial. Es verdad que se trata de reducir al mínimo. Por ejemplo, en la A no hago el trazo central.
Y hablando de lo esencial, ¿qué te dices a día de hoy?
¡Ahhhh! ¿Cómo te diría yo? Es un doble ejercicio. Por un lado abandonarte, dejarte ir por un sitio y por otro. Y, cuando hago un proyecto, una serie de cuadros o una exposición como la de Vivanco Suite, cojo un papel, y una pluma, y escribo para centrarlo, para tomar la decisión de por dónde ir. En esta ocasión opté por dos momentos.
El primero, el momento germinal del vino, el de la transformación de la viña, que para mí es tan sugerente: el invierno. Los esqueletos, el viñedo que coge energía para la explosión que vendrá… Esos son los dibujos de campo, hechos entre los viñedos, entre el silencio absoluto del invierno. Un mural en blanco y negro, con grabados a gran tamaño, realizados con planchas de cobre. En silencio.
El segundo se centra en el momento esencial de la botella que va a ser descorchada. La cultura occidental tiene un punto de partida, el bodegón, ese modo de retratar la presencia del vino en la mesa como alegría y gozo. Por ellos se suceden varios bodegones con referencia a los clásicos, a su espíritu, entre ellos Recordando a Matisse o Recordando a Torres García. Y luego encontramos bodegones más pequeños, bodegones mínimos, en los que me dejo llevar absolutamente. La mano va decidiendo sobre las formas, sobre los colores. Cuando mi mujer me veía me decía “¡estás pintando furiosamente!”. Son bodegones furiosos (Se ríe). Entre estos extremos se mueve la exposición.
Qué has descubierto sobre el mundo del vino, y su cultura, al concebir esta exposición. ¿Por qué la has titulado así?
Podía haber puesto un título más beneficioso para el artista, pero me decanté por Vivanco Suite, porque Vivanco era el punto de inflexión y referencia. Con esta exposición he reforzado el conocimiento que tenía y he profundizado. Mi abuelo materno, un hortelano de Valencia, ha sido una figura esencial en mi vida. Conviví con él muchos años, en el campo, entre los cultivos, en la viña. Esos momentos en la viña me han hecho volver a los sentidos, a la vista, a oler la tierra mojada. He vuelto a reencontrarme con mi niñez, he recordado comentarios de mi abuelo sobre los injertos… Ha sido un reencuentro con un periodo absolutamente esencial en mi vida.
¿Cuáles son tus raíces? ¿Qué da color a tu vida?
Cuando en un restaurante me preguntan ¿quiere algo más?, contesto: solo pido comprensión y cariño. Tengo la suerte de tener un montón de nietos y de hijos. Lo esencial de la vida es lo que ellos me dan a mí y yo a ellos.
Transmites mucha vitalidad y alegría de vivir. Al final es lo poco (o mucho) que dejamos.
Claro, claro. Para que te des una idea, en agosto tuve un vértigo, me caí y me rompí tres costillas del lado derecho. Como estaba con la exposición Vivanco Suite a todo trapo, decidí pintar con la izquierda. Ha supuesto un gran esfuerzo físico… ¡Y han salido cosas interesantes!
Aparte, tu legado es muy interesante. ¿Cómo te gustaría que se te recordara?
Lo que estás diciendo. Alguien que estimule a que los demás aprecien lo extraordinaria que es la vida, la que nos creamos y la que nos rodea. Ese sería el mejor recuerdo.
Hablando de huella, Saura, Tápies o Chillida son artistas presentes en la colección del Museo Vivanco de la Cultura del Vino. ¡Era obligado tu reencuentro con ellos a través del vino!
Claramente era una colección incompleta. (Muchas risas).
¿Por qué brindamos?
¡Por tantas cosas! Por la vida compartida. Por hacernos mejores. Tiene que haber alegría y capacidad de escuchar, de aprender de nosotros, de saber convivir en estos momentos tan ásperos. Es algo que tenemos que estimular porque es esencial para nuestra vida. Estoy a punto de cumplir 80 años y, desde hace tiempo, me había propuesto llegar a dicha edad con plenitud. Empiezo una etapa que es un regalo y estoy esperando ansioso a ver qué pasa. Así que a día de hoy está clarísimo. Brindo contigo para que este año ¡solo vida!
¡Creo que aún vas a dar mucha guerra!
Me encantaría, de verdad. (Risas). Sabes lo que pasa… con los años vas evitando lo políticamente correcto. Mi mujer, que siempre me diagnostica bien, me dice que me estoy convirtiendo en un deslenguado.