Como bien sabemos, el vino es un alimento que está vivo. A diferencia de otro tipo de productos, el vino es una bebida que sufre cambios constantemente y que solo deja de evolucionar cuando, de alguna manera, muere. Es por ello que podemos hablar de un ciclo de vida del vino. Durante todo este ciclo, el vino va sufriendo una serie de reacciones físico-químicas que determinarán su aroma, su color, su sabor y otras tantas características organolépticas. Desde el embotellamiento, tras el proceso de elaboración del vino, este pasará por diferentes períodos, experimentando primero un proceso de maduración. Después alcanzará un valle temporal en el que sus características se manifestarán en su máximo esplendor. Por último, estas características irán desapareciendo, de forma más o menos extendida en el tiempo, hasta llegar a un punto en el que el vino no debería consumirse como tal.
Conocer el ciclo de vida de un vino nos ayudará a determinar cuál es el punto óptimo para su consumo. Un momento en el que podremos disfrutar de él en toda su plenitud, maximizando todos los aspectos positivos que puede ofrecernos. Por ello, hoy vamos a conocer un poco mejor qué es eso del ciclo de vida del vino y cómo podemos determinar cuál va a ser el momento perfecto para consumir un vino joven, un Crianza, un Reserva o un Gran Reserva.
La evolución del vino dentro de la botella
Tras la vendimia, el proceso de elaboración del vino y, en el caso de los vinos de crianza, su período de envejecimiento en barricas de roble, se procede al embotellado. Pero este momento, lejos de ser el final del proceso de maduración del vino, supone el inicio de una serie de cambios, alteraciones y reacciones físicas y químicas que van a alterar las características del vino. Es lo que conocemos como la evolución del vino en botella, un proceso durante el cual el vino se estabilizará, ganando en cuerpo y en estructura y potenciando toda su capacidad aromática, su color y su sabor.
En un primer lugar, el vino debe recuperarse del momento, podríamos decir “traumático”, del embotellado. Aunque los métodos de producción cada vez están más tecnificados para minimizar el sufrimiento del vino, durante el embotellado siempre va a haber un movimiento de líquido y una entrada de aire en la botella. Esto favorecerá una microoxigenación del vino durante las primeras semanas o meses de estancia en botella. Un proceso controlado que puede resultar también beneficioso para el buen desarrollo de las características del vino. Pasado este tiempo, la entrada de aire en la botella debería ser nula o casi nula. Con ello se inician una serie de reacciones de reducción, que son las que ayudarán al vino a evolucionar hacia su máximo esplendor. Para que esto suceda adecuadamente, la guarda y el cuidado de las botellas deben ser los correctos, tanto su estancia en las bodegas, como durante el proceso de comercialización y en la conservación del vino en casa por parte de los consumidores. Así, la temperatura y humedad del ambiente, el lugar de guarda o la posición y colocación de las botellas será fundamental para alargar la vida del vino y prolongar su momento álgido para el consumo.
El ciclo de vida del vino y su momento óptimo de consumo
Muchos son los factores que van a condicionar la duración del ciclo de vida de un vino, la evolución de este ciclo y cuál va a ser el momento perfecto para el consumo. La variedad o variedades de uvas seleccionadas para su elaboración, la calidad de estas, la añada, el tipo de vino, los procesos de elaboración, su tiempo de envejecimiento, etc. Pero en todos los casos, podemos contemplar 3 fases, más o menos diferenciadas, del ciclo de vida de un vino una vez embotellado. Habrá una primera etapa de desarrollo en el que el vino comenzará su evolución. Esta etapa de desarrollo hará que el vino alcance una madurez, un momento óptimo en el que el vino nos ofrece lo mejor de sí mismo. A partir de ahí, el vino perderá progresivamente sus propiedades, entrará en declive hasta llegar a su muerte.
El principal factor que va a determinar el ciclo de vida de un vino es su tipología en función del tiempo de envejecimiento. Así, de forma muy general, podemos establecer 4 ciclos de vida del vino diferentes en función de si estamos ante vinos jóvenes, Crianza, Reserva o Gran Reserva.
Vinos jóvenes
Los vinos jóvenes son aquellos que se embotellan después de la fermentación, siendo el tiempo de estancia en barrica mínimo o, en la mayor parte de los casos, directamente inexistente. La evolución de estos vinos en botella es mínima, ya que lo que se busca en la elaboración de este tipo de vinos es reflejar fielmente las características de las uvas empleadas. Por ello, son vinos cuyo ciclo de vida puede durar un máximo de 2 – 3 años desde la fecha que marca la añada (la que aparece en la etiqueta de la botella), situándose su momento óptimo de consumo durante el primer año.
Vinos Crianza
La mayoría de los vinos tintos de crianza españoles deben experimentar un envejecimiento de al menos dos años, de los cuales un mínimo de 6 meses deben de ser en barrica. En el caso de los vinos de la Denominación de Origen Calificada Rioja, el tiempo mínimo de permanencia a en barrica se extiende hasta los 12 meses. Este tipo de vinos ya sufren una cierta evolución dentro de la botella que ayuda a fijar su estructura, a equilibrar su acidez, a potenciar su capacidad aromática o a definir su color. En estos vinos, la fase de desarrollo suele extenderse hasta los 2 o 3 años; la fase de madurez, momento óptimo para su consumo, se situará entre los 2 años y los 6 años, momento en el cual se iniciará el declive.
Vinos Reserva
En el caso de los vinos tintos reserva, estos deben cumplir con al menos 3 años de envejecimiento, con un mínimo de 12 meses en barrica. En estos vinos la evolución en botella es más lenta y sostenida en el tiempo. En ella, aflorarán los matices aromáticos sutiles que el vino adquiere en contacto prolongado con la madera. Son los llamados aromas terciarios: madera, café, cuero, nueces, pimienta… El ciclo de vida de estos vinos puede prolongarse hasta los 10 años aproximadamente, estando su momento álgido para el consumo entre los 5 y los 8 años.
Vinos Gran Reserva
Los vinos gran reserva se elaboran únicamente cuando hay añadas extraordinariamente buenas en las que la magnífica calidad de la uva se presta a ello. Estos vinos serán sometidos a un tiempo de envejecimiento mínimo de 5 años. De los cuales al menos 18 meses transcurrirán en barrica para la mayoría de los vinos tintos de España, aumentándose este tiempo de maduración en madera hasta los dos años en el caso de los vinos de la D.O.Ca Rioja. Estos vinos se elaboran para ser guardados durante mucho tiempo, por lo que su evolución será muy lenta, pero su declive también. Hablamos de vinos que en algunos casos, como en el de los grandes tintos españoles o franceses, puede llegar hasta los 25 o los 50 años de vida. Son vinos perfectos para guardar entre 10 y 12 años, momento en el que alcanzarán su punto óptimo para el consumo en la mayor parte de los casos.
Ahora ya podemos establecer un punto de partida para determinar cuál es el momento óptimo para abrir y disfrutar de esa botella de vino en la que depositamos todas nuestras expectativas. Aunque debemos recordar que cada vino es un mundo, por lo que siempre es interesante atender a las recomendaciones de la bodega elaboradora o de los consejos del sumiller. De esta forma, disfrutaremos de nuestros vinos en su mejor momento y tendremos una experiencia más placentera.