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Blog Vivanco: #CulturaDeVino
En el blog de Vivanco, entendemos el vino como una forma de vida, desde una perspectiva innovadora y llena de energía, ofreciéndote una experiencia única en torno a la Cultura del Vino.
Cultura

El vino de la primera vuelta al mundo

Primera vuelta al mundo

Este año se han conmemorado dos efemérides que tiene mucho de aventura, de sacrificio y, sobre todo, que cambiaron el mundo tal como se conocía en ese momento: los 500 años de la primera vuelta al mundo y los 50 de la llegada del hombre a la Luna. Además, ambas fueron promovidas por una potencia en plena disputa con su rival directo de la época por conseguir el liderazgo mundial: España y Portugal por el dominio de la ruta de las especias, y EEUU y la URSS por quién dominaba el espacio. Y como ya hablamos en su momento de cuando se bebió vino en la Luna, hoy beberemos vino con los aventureros del lema “Primus circumdedisti me” (“Fuiste el primero que la vuelta me diste”), que campea en el escudo de Juan Sebastián Elcano.

 

Mas saberá tu Alta Magestad lo que en más avemos de estimar e tener es que hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo, yendo por el oçidente e veniendo por el oriente.

 

Así describe Juan Sebastián Elcano su gesta en una carta al rey escrita el 6 de septiembre desde Sanlúcar de Barrameda. Una aventura, cuyo objetivo era encontrar una ruta alternativa a las Molucas (las islas de las Especias), que comenzó en Sevilla el 10 de agosto de 1519 con cinco naves y 243 tripulantes a bordo, y que, tras recorrer 46.300 leguas marinas, terminó el 8 de septiembre de 1522 con la llegada a la capital hispalense de la nao Victoria, cargada de especias, de la que asomaban 18 hombres «flacos como jamás hombres estuvieron” que habían completado la primera vuelta al mundo.

Nao Victoria

Lógicamente, tamaña empresa requería la aprobación de la corona y la obtención de la financiación necesaria, y para ello se requería de la habilidad necesaria para convencer a quien fuese menester de que iban a encontrar allí lo que decían que estaba allí. Superado este gran escollo, había que planificar todo al detalle para un viaje previsto de dos años: la flota, el número de tripulantes, útiles de navegación, aparejos de pesca, herramientas y material para el mantenimiento de las naves, armas y pólvora, menaje, mercaderías para comerciar, presentes diplomáticos… y víveres. Según consta en el libro de bastimentos que se conserva en el Archivo de Indias, cargaron en los barcos agua, vino (353 barriles y 417 botas de vino de Jerez), bizcocho (un pan doblemente cocido para que dure más tiempo), aceite, vinagre, pescado seco, tocino, habas, garbanzos, lentejas, harina, ajos, queso, miel, almendras, anchoas, pasas y ciruelas pasas, higos, azúcar, mostaza, carne de membrillo -aunque no lo sabían, el único producto con el podían combatir el escorbuto-, arroz y seis vacas vivas (leche fresca y carne). Y al frente de estos supermercados flotantes estaba el despensero, el único que tenía la llave de la bodega donde se almacenaba todo el avituallamiento. Era uno de los tripulantes más respetados, ya que era el encargado del cuidado y distribución de los víveres, y, a la vez, uno de los que más riesgo corría, porque debía de tener mucho cuidado con el reparto, sobre todo cuando el hambre y la sed apretaban, y también porque, en caso de motín a bordo, lo  primero que se trataba de conseguir era la llave de la bodega. Con ese preciado tesoro o con el despensero de parte de los amotinados, era más sencillo sumar marineros a la causa.

Aunque es fácil pensar que el hecho de llevar vino fuese una exquisitez, la realidad es que ningún marinero de la época habría embarcado en una expedición que no asegurase  “media azumbre diaria” de vino (un litro), que debían tomar repartidos en “cuatro de cuartillos”, para soportar la dura vida a bordo. De hecho, de haber existido un convenio laboral para los trabajadores del mar, el vino habría sido una de sus primeras exigencias. Además, era mucho más seguro beber vino que agua, que se corrompía fácilmente y, en ocasiones, había que echarle una parte de vinagre para hacerla más digerible.

 

«El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino un polvo mezclado de gusanos que habían devorado toda su sustancia, y que además tenía un hedor insoportable por hallarse impregnado de orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber estaba igualmente podrida y hedionda. Para no morirnos de hambre, nos vimos aun obligados a comer pedazos de cuero de vaca con que se había forrado la gran verga para evitar que la madera destruyera las cuerdas. Este cuero, siempre expuesto al agua, al sol y a los vientos, estaba tan duro que era necesario sumergirlo durante cuatro o cinco días en el mar para ablandarlo un poco; para comerlo lo poníamos en seguida sobre las brasas. A menudo aun estábamos reducidos a alimentarnos de serrín, y hasta las ratas, tan repelentes para el hombre, habían llegado a ser un alimento tan delicado que se pagaba medio ducado por cada una..»

 

Llegada a Sevilla

Tras sufrir todas las penurias habidas y por haber, casi tres años después llegaron a puerto. Cuando el rey se enteró del éxito de la empresa, y mientras esperaban en Sanlúcar la ayuda para remontar la maltrecha Victoria por el río Guadalquivir hasta Sevilla, lo primero que les hizo llegar fueron… ¡¡¡12 arrobas de vino!!!

Javier Sanz
Contador de historias a través del blog, libros, colaboraciones en prensa y radio con la única pretensión de acercar la historia de forma amena y entretenida a los que la dejaron de lado. Director de la revista digital e interactiva "iHstoria". Colaboraciones en el periódico Diario de Teruel, revista Iberia Vieja y revista Clío. Colaboraciones en radio en La Rosa de los Vientos (Onda Cero), Gente Despierta (RNE) y La Noche es Nuestra (EuropaFM).

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