Cuando vas conduciendo por la carretera y ves a lo lejos un vehículo de la Guardia Civil, automáticamente, incluso circulando sin superar la velocidad permitida, el cerebro da la orden de levantar el pie derecho. Además, si al acercarse al vehículo un miembro de la Benemérita te da el alto e indica que estaciones a un lado, tu cuerpo comienza a sudar, haces un repaso mental de dónde llevas los papeles del coche y cuál puede ser el motivo de que te paren, miras la pegatina de la ITV para ver si está en regla y si en el salpicadero algún chivato indica alguna anomalía, preguntas si todos los acompañantes llevan el cinturón de seguridad puesto y por el espejo retrovisor te cercioras de que el perro y el gato están asegurados correctamente…
Aun así, estás convencido de que algo se te escapa. Amablemente respondes al saludo del agente y pones la mejor de tus sonrisas esperando algo del estilo “¿Sabe usted que…? Pero no, esta vez es “control de alcoholemia”…. y maldices a tu cuñado por haber insistido en que tomases aquella cerveza. Por tu cabeza comienzan a circular las excusas y leyendas urbanas… Entonces, me despierto y me doy cuenta de que estoy en el 753 a.C., año de la fundación de Roma, donde ya tenían un alcoholímetro muy particular: sólo era para mujeres y dar positivo te podía costar la vida.
Desde los orígenes de Roma, las mujeres tenían prohibido beber vino y la obligación de besar en la boca al marido. Ambas, prohibición y obligación, estaban directamente relacionadas y tenían que ver con el ius osculi, el alcoholímetro de la época.
Por medio del ius osculi (derecho al beso), el marido besaba en la boca a su esposa para comprobar si había bebido vino. Excepto el supuesto de que el vino consumido fuese prescrito por un médico, porque el vino también se utilizaba con fines medicinales, el castigo que recibiría la esposa que hubiese dado positivo era una paliza, el repudio e incluso la muerte. Este último caso lo cita el historiador Valerio Máximo (siglo I) cuando relata la historia de un tal Mecenio que mató a palos a su mujer por beber vino. Fue un caso sonado en la sociedad romana de la época, pero no por haberla matado, a lo que tenía derecho, sino por el método utilizado. Según Plinio el Viejo, las mujeres condenadas por este tipo de “delito”, equiparable al de adulterio, debían ser encerradas en una habitación de la casa y dejarlas morir por inanición, tal y como se hizo con la esposa que robó a su marido las llaves de la bodega donde guardaba el vino. Aun así, como sólo se equivocó en la forma, su caso fue, como diríamos hoy, sobreseído.
La esposa acusada podía pedir el “contranálisis” que, lamentablemente para ella, corría a cargo de los parientes de la parte acusadora. La esposa debía echar el aliento a los familiares del marido que, seguramente, confirmarían su positivo. Retomando la historia Mecenio, el comentario de Valerio Máximo de esta historia “justificaba” el porqué de castigar este delito: Cualquier mujer que esté ávida de vino cierra la puerta a la virtud y la abre a todos los vicios.
Con el paso del tiempo esta prohibición se fue relajando y las mujeres pudieron disfrutar de los placeres de Baco.
En esos tiempos yo hubiera muerto definitivamente muy joven
Puede que se cumpliera en algunos casos, pero sin duda tiene pinta de ser una anécdota entre otras muchas de la sociedad romana. Marcial en sus epigramas alude constantemente a mujeres aficionadas a la bebida, tanto casadas como solteras. Plinio el Joven igualmente alude en muchas cartas de su Epistolario a grandes banquetes de aristócratas donde mujeres compartían el vino y los placeres igual que los hombres. Por ende, debemos recordar que Valerio Máximo recoge en su obra «Hechos y dichos memorables» anécdotas e historias para realzar el mos maiorum y la virtud de la moral romana tradicional. Por lo tanto, creo que generalizar que todos los maridos mataban a su esposa por beber vino está fuera de lugar. Casos excepcionales y fuentes históricas excepcionales que hay que coger con pinzas. No obstante, enhorabuena al autor por sacar a debate el tema. Saludos cordiales.
Hola Carlos.
En el texto digo «el castigo que recibiría la esposa que hubiese dado positivo era una paliza, el repudio e incluso la muerte», en ningún caso se dice que todos los maridos matasen a sus mujeres. Además, cito un caso «extremo» en el que el marido mata a su mujer, precisamente en tiempos de Augusto cuando el Princeps quiso recuperar los valores tradicionales y las costumbres de la vieja Roma. De hecho, al comienzo del texto me sitúo en el año de la fundación de Roma y al final cito «con el paso del tiempo esta prohibición se fue relajando y las mujeres pudieron disfrutar de los placeres de Baco»
Un saludo