Pitágoras de Samos fue un filósofo y matemático griego considerado el primer matemático puro, y al que posiblemente conozca gran parte del mundo por el teorema que lleva su nombre. Fue el fundador en el siglo VI a. C. de la Escuela pitagórica en la ciudad de Crotona, una especie de secta filosófica, cuasi religiosa, con sus secretos, sus símbolos, sus rituales y cuyos principios fundacionales fueron el carácter místico de los números, la armonía del universo basada en ellos y la transmigración de las almas (reencarnación).
Pitágoras caminaba cerca de un perro maltratado y compadeciéndose le dijo a su amo: no le golpees, pues he reconocido el alma de un amigo mío al oír el sonido de sus lamentos.
La vida pitagórica requería numerosos sacrificios, siempre moderación y frugalidad. Pitágoras pedía a sus discípulos beber vino con moderación, comer y dormir poco, que se abstuvieran de la carne y en general de cualquier alimento de difícil digestión.
Mientras los hombres sigan masacrando a sus hermanos los animales, reinará en la tierra la guerra y el sufrimiento y se matarán unos a otros, pues aquel que siembra dolor y la muerte no podrá cosechar ni la alegría, ni la paz, ni el amor.
Y respecto a las habas, absoluta prohibición. Una teoría apunta a que lo que pretendía el maestro era evitar que sus discípulos padecieran de favismo, dolencia que deriva de una deficiencia enzimática que actualmente afecta a unos 400 millones de congéneres y cuya sintomatología es malestar general, orina oscura, ictericia, fiebre y vómitos. Otra hipótesis es que siendo niño y mientras correteaba por un campo de habas sufrió una caída, se golpeó con una piedra y como resultado se le quedó la fea cicatriz que surcaba su rostro. Algunas incluso apuntan a su semejanza con los genitales o a que su forma recuerda a la de un feto humano.
Lo más plausible es que Pitágoras, como tantos en sus tiempos y muchos siguientes, creyera que el alma estaba hecha de aire y que el gas expulsado en las flatulencias subsiguientes a la ingesta de habas, era el alma de la legumbre.
Aunque el grupo de pitagóricos estaba conformado por gente seria y disciplinada, como matemáticos, filósofos, astrólogos o músicos, Pitágoras sabía que la tentación del vino era demasiado fuerte como para obviarla. Así que, decidió inventar un artilugio para pillar a los que se excedían con el vino, la copa de la justicia o la moderación.
Era una copa con un cilindro en el centro en el que estaba marcado el límite hasta donde podías llenarla y que en su interior tenía un tubo que comunicaba con un orificio en el pie. Si te servías hasta la línea podías beberlo sin problema, pero si te servías más de la marca también se llenaba el tubo, desplazando el aire que se alojaba en su interior. En el momento en que el vino del tubo empezaba a caer, todo el líquido que había en la copa le seguía -como en la actualidad los sifones en los desagües de los aparatos sanitarios-, dejándola vacía y delatando al codicioso.