Como ya comentamos en el artículo “Cuando la vendimia determinaba las alianzas en la guerra del Peloponeso”, en las polis griegas se asociaba el vino con la civilización. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en las palabras de Thucydides, historiador griego del siglo V a.C.
Los pueblos del Mediterráneo empezaron a emerger de la barbarie cuando aprendieron a cultivar el olivo y la vid.
Pero si alguna ciudad-estado de la Antigua Grecia se diferenciaba del resto, esa fue Esparta, situada en una región del Peloponeso llamada Laconia. Una prueba de ello son dos adjetivos que utilizamos hoy en día: espartano (austero, disciplinado o sobrio) y lacónico (breve o conciso). Y también fueron diferentes en su relación con el vino.
Desde muy jóvenes, la educación y el entrenamiento que recibían los hijos de Esparta dependía de su sexo y tenía un único objetivo: convertirse en engendradoras de hijos fuertes y sanos, para las mujeres, y en fornidos guerreros para los hombres. Pero antes de eso, unos y otros debían superar algunas pruebas. En la primera de ellas, las madres bañaban a sus hijos recién nacidos en vino: los epilépticos y enfermizos convulsionaban y morían al poco tiempo, mientras que los niños sanos se fortalecían de aquel ritual purificador -hoy lo llamaríamos eugenesia-.
Si su forma de vida era austera y sobria, también lo era su comida. Al terminar el día tenía lugar la syssitia, la comida comunitaria que reunía en torno a una mesa a los hómoioi (“los iguales”, varones espartanos de pleno derecho) con la finalidad de estrechar y reforzar los vínculos de unión, además de discutir las diferentes temas que más tarde se tratarían oficialmente en la Asamblea. Para ser admitido en este club privado los candidatos eran propuestos por uno de los miembros tras haber cumplido los 20 años y debía aprobarse la admisión por unanimidad del resto de sus miembros. Era obligatorio asistir a este ritual de hermanamiento y, lógicamente, lo que allí se comía y bebía, aportado entre todos, constituía una dieta frugal suficiente para calmar el apetito pero sin excesos ni productos exóticos. De hecho, la comida principal era el caldo negro: carne de cerdo, vísceras, vino, sal, una pizca de hierbas aromáticas (pero sin pasarse que eso podía considerarse ostentación), todo ello guisado en la propia sangre del cerdo que, al cocerse, adquiría el color negro. De su sabor tenemos el testimonio de un rey extranjero que, como hiciesen los romanos para conseguir la poción mágica elaborada por el druida galo Panoramix de los cómics de Astérix, ordenó capturar a un cocinero espartano para que cocinase aquel guiso, pensando que era el secreto de su fortaleza. Cuando lo probó, estuvo a punto de vomitar y de matar al cocinero. Éste, sin inmutarse, le contestó…
Es normal que no le guste, le falta nuestra salsa habitual: trabajo y ejercicio, hambre y sed.
Y si en el resto de banquetes o festines griegos corría el vino a raudales e incluso se podía terminar con cantos regionales y exaltación de la amistad, en Esparta no. De hecho, era harto difícil, por no decir imposible, ver borracho a un espartano. El vino en la syssitia se servía y bebía con moderación. Sin embargo, a los ilotas -esclavos y siervos de los espartanos- se les obligaba a beber hasta emborracharse, para que perdiesen la compostura y protagonizasen situaciones grotescas y ridículas. De esta forma, se demostraba a los miembros más jóvenes los efectos perniciosos de abusar del vino y, además, servía de refuerzo psicológico de la superioridad que tenían sobre los ilotas.
Eso sí, el vino, como en toda Grecia, se bebía diluido con agua.