Adriana Landaluce: «El Museo Vivanco de la Cultura del Vino es un regalo que nos han hecho a todos»

Adriana Landaluce representa a la tercera generación de una familia de fotógrafos de La Rioja. Su madre, Rosa Esteban Insa y su abuelo, Jesús Esteban Blasco, sembraron en ella la pasión por el arte de la fotografía siendo una niña. La pasión creció y, hoy en día, Adriana Landaluce puede presumir de una amplia trayectoria profesional que la ha convertido en una auténtica fotógrafa todoterreno.
Especializada en fotografía industrial (de arquitectura, alimentación, retrato, reproducción de obras de arte…), su trabajo recorre todos los géneros fotográficos y en él destaca su vinculación con el mundo del vino. Adriana es además la fotógrafa de confianza de Vivanco desde hace más de diez años. Hoy hablamos con ella acerca de la fotografía, del vino y del amor por el trabajo bien hecho.

¿Cómo fueron tus inicios en el mundo de la fotografía?

Nací y crecí rodeada de fotografías porque mi abuelo y mi madre eran fotógrafos. Recuerdo que salía del colegio y mi patio de recreo era Jalón Ángel, el establecimiento de mi abuelo, de mi madre y de mi tío Carlos. Mi mirada se educó en la imagen fotográfica. Te vas fijando en la luz, en los encuadres, etc., desde muy niña. Esa aportación en mi infancia hizo que me fuera inclinando hacia la fotografía. Sin embargo, mientras mi familia se dedicaba al retrato, yo me decanté por el mundo de la publicidad, por la fotografía industrial.
La fotografía me gustaba mucho y siempre lo tuve claro. Tenía esa motivación y ya desde jovencita aprendí el proceso de laboratorio de blanco y negro, a revelar mis propios carretes, a positivar las fotos… Incluso recuerdo que en el instituto me cedieron un aseo para instalar allí un laboratorio y enseñar a otros compañeros. Y finalmente, encaminé también mis estudios a la fotografía. En Pamplona estudié la titulación de Técnico Superior en Fotografía y Vídeo y posteriormente hice la especialidad en cámara de banco óptico en Suiza, con un maestro Sinar.

¿Cómo surge tu vinculación profesional al mundo del vino? ¿Resulta algo natural al ser de La Rioja?

Sí, de una manera natural, porque, si bien he hecho otros trabajos industriales de todo tipo, como arquitectura o bodegón de otros productos para empresas de La Rioja y también de fuera; el porcentaje de bodegas que hay en La Rioja respecto a otro tipo de negocios y respecto a otros lugares es muy superior. Poco a poco te vas especializando y te van llamando de otras bodegas. Vas aprendiendo en un campo que no es el tuyo, el de la elaboración del vino, y eso te va convirtiendo en mejor fotógrafo, porque aprendes cómo funciona ese mundo y sabes de antemano lo que va a suceder. Desde el ciclo vegetativo de la vid a los métodos de elaboración. Al final estás en un entorno que te resulta cada vez más conocido.  

¿Qué posibilidades y exigencias te presentan el mundo del vino y La Rioja desde un punto de vista fotográfico?

Dentro del mundo del vino, que es muy exigente y muy variado, puedes tocar prácticamente todos los palos de la fotografía: desde la fotografía de estudio de producto, que podríamos llamarla publicitaria; la fotografía de paisaje, en contacto con la naturaleza; la fotografía de arquitectura, ya que muchas veces también hay que fotografiar la propia bodega, tanto el exterior como el interior, respetando las luces tenues y al ambiente íntimo que se crea dentro. Incluso a veces se realiza fotografía científica, mostrando diferentes procesos químicos que tienen lugar durante la elaboración del vino, además de la fotografía de retrato, etc.

Lo bonito es que es muy variado y, dentro de que estás especializado en trabajar en torno al mundo del vino, hay una diversidad bestial en el tipo de fotografía que puedes hacer. Además, también hay que ser creativos en cada nuevo proyecto, teniendo que buscar puntos de vista diferentes cada vez. 

¿Cuál crees que ha sido tu mayor reto fotográfico hasta la fecha en relación con el mundo del vino?

Yo creo que cada nuevo trabajo es el reto. El superarte, el hacer cosas más creativas cada vez, incrementar la dificultad técnica. Eso también ayuda a la fidelización del cliente y que vuelva a confiar en ti para nuevos proyectos.

En 2005 pasas de trabajar como fotógrafa a asumir la dirección de toda una productora audiovisual como Matiz Audiovisuales. ¿Cómo afrontas este cambio?

Fue un cambio muy difícil, un reto de superación personal tremendo. Yo me hago cargo de Matiz Audiovisuales  porque fallece mi hermano, Fernando Landaluce, quien era por aquel entonces el experto en el trabajo que estoy realizando yo ahora. En aquellos momentos fue algo triste e involuntario. Muy difícil al principio, pero finalmente lo pude superar gracias a que tenía un gran equipo detrás que me ayudó a introducirme en el mundo del vídeo. Tenía la visión fotográfica, el ojo, y tuve que aprender la técnica para captar las imágenes de forma adecuada. Hace ya diez años de eso, pero yo me sigo sintiendo fotógrafa, aunque ahora es todo una mezcla de fotografía y vídeo.
Desde el punto de vista profesional, el balance final ha sido muy positivo porque nos hemos especializado en hacer un tipo de vídeos muy creativos. Yo los considero una expresión artística. Queremos gozar con nuestros trabajos y la mejor manera de disfrutar y de que el cliente quede satisfecho es que primero nosotros estemos satisfechos. Siempre trabajamos a partir de una línea creativa y estética con la que nos sentimos a gusto.

¿Cómo surge tu relación con Vivanco?

La relación surge a través de Santiago Vivanco, ya que la primera vez que trabajamos juntos fue en un trabajo personal de poesía de Santiago. A partir de ahí comenzó una relación profesional muy fructífera. Empezamos a trabajar juntos antes incluso de que la obra del Museo Vivanco de la Cultura del Vino estuviese terminada. Mientras se realizaban las obras, mi hermano Fernando desarrolló el proyecto audiovisual para Vivanco, que se prolongó varios años hasta que en el 2004 se inaugura el museo con todos los audiovisuales. Yo me ocupé de realizar las fotografías que pueden verse ahora en el museo y de fotografiar todas las piezas de la colección. Hace un año, Vivanco cambió su imagen corporativa y realizamos nuevos vídeos y archivo fotográfico.

Son piezas con un estilo muy renovado. Una visión cercana y emocional donde prima la presencia humana, optando por ejemplo por mostrar la diversidad climática, las nieblas, el frío de los amaneceres en vez de la cálida estampa mediterránea de la que tanto se ha abusado publicitariamente. Vivanco se da a conocer tal y como es, con la sencillez del que tiene mucho que contar y compartir y lo hace de manera natural, como elaboran el vino. Son imágenes que buscan transmitir más cercanamente una realidad honesta mostrando la esencia y el concepto de su amplio proyecto empresarial y cultural.

Santiago Vivanco

 Rafael Vivanco

¿Qué te parece la labor de difusión de la Cultura del Vino que lleva a cabo la familia Vivanco?

Para mí la familia Vivanco es como esos hombres del Renacimiento que tenían la generosidad de devolver a la sociedad parte de sus beneficios, apoyando y protegiendo el arte y la cultura en general. Se trata de un proyecto muy personal y difícilmente ves esto de forma tan clara en otras empresas. El Museo de la Cultura del Vino de Vivanco , que es el mejor museo del vino del mundo, es un regalo que nos han hecho a todos. Para nosotros es un lujo tener nuestras obras cinematográficas y fotográficas allí, expuestas al público. Poder llevar a alguien a visitar el museo y enseñarle tu trabajo es un orgullo.

¿Cuáles son los retos de Matiz Audiovisuales para el futuro?

Nuestro proyecto para el futuro es seguir con la línea artística y creativa de nuestros trabajos. Que tengan marca de autor, como los vinos. Que los vídeos y las fotografías sean especiales, diferentes, que se vea nuestro toque. Y que cada nueva puerta que se abra lo haga de manera permanente. Nos gusta pensar que quien nos encarga un trabajo pasa a formar parte de nuestras amistades como en el caso de toda la familia Vivanco. Afrontamos el futuro muy positivamente.