“La vida hay que bebérsela y comérsela. La muerte me gustaría verla de una forma más natural, sin malos rollos.”
Nieves Concostrina, a sorbos
Por Lali Ortega Cerón
El 13 de mayo, en Maneras de Contar la Cultura del Vino
Los programas radiofónicos de la periodista y escritora Nieves Concostrina, como el ya difunto Polvo eres de Radio 5; o los aún coleando El Acabose (No es un día cualquiera de RNE) y Acontece, que no es poco (La Ventana de Cadena SER) dan fe de que la realidad supera la ficción, al menos entre el mundo de los vivos, aún en la órbita de la muerte. Y viceversa.
Premio Ondas 2016, Micrófono de Oro en 2010; o Premio Villa de Madrid de Periodismo, entre otros, esta madrileña que también estuvo a las órdenes de pesos pesados de la información como Jesús Hermida o Mercedes Milá, compagina su doble faceta de comunicadora y escritora con la de redactora jefe de la revista Adiós, editada por Funespaña. En dicha cabecera, cuyo nombre lo dice todo, Nieves Concostrina comenzó un irónico peregrinaje periodístico por la historia, los enigmas resueltos y las curiosidades que laten en la muerte. Y al igual que ocurre con el vino y su cultura, la temática es sorprendente. Y aunque aparentemente familiar en la forma, desconocida en el fondo.
Profanaciones de dientes de grandes compositores, como le ocurriera a Brahms; la existencia de un cementerio en Okayama, Japón, que durante 400 años alimentó las malvas con mil narices amputadas bajo tierra; o los ataúdes con alarmas que encontramos en Chile para mitigar el miedo a que nos entierren vivos (tapefobia), son algunas luces que a día de hoy nos dejaron aquéllos difuntos, y esta vida, tal y como a lo largo de estos años nos ha desvelado Nieves Concostrina.
La máxima en periodismo es que “los hechos son sagrados, las opiniones son libres”. Un principio que también concierne ante un tema tan personal y metafísico como el misterio de la vida y la muerte. Para el que lo considere un enigma, claro, porque en el caso de Nieves Concostrina cuando nos vamos… nos vamos. “Es como ver un documental de leones en La2: nacen, se desarrollan y mueren. Como los humanos, a pesar de que estemos en la parte de arriba de la pirámide de los animales, de los racionales, y tengamos un pensamiento simbólico, un raciocinio, una inteligencia determinada. Pero la muerte no es un misterio: morimos y ya está. Y luego, vienen otros.”
Como de momento nosotros seguimos por aquí, les invitamos a que sigan leyendo y a que saquen sus propias conclusiones.
“La vida hay que bebérsela y comérsela. La muerte me gustaría verla de una forma más natural, sin malos rollos.”
¿Cuáles son tus sentidos más desarrollados en el día a día?
Ummmm… Ahora que soy más mayor, creo que voy teniendo olfato periodístico para saber lo que en la radio puede interesar. Es tan sencillo como preguntarme lo que me interesa a mí, porque como no soy nada especial, cuando leo algo divertido o curioso, creo que despertará el mismo interés en los demás. Luego, en la vida, utilizo todos los sentidos, sobre todo el gusto. ¡Me encanta comer! Y las cañas con los amigos, que son nuestro mejor patrimonio. Los padres se mueren. Los hijos se van (aunque yo no tengo)… y ésta es una cuestión que muchos no aceptan. Por eso, cuando todos se marchan, en lugar de lamentarte, hay que estar con los amigos, los que circulan contigo a lo largo de tu vida. Además, coinciden en gustos contigo.
Tras bucear durante tantos años en este tema un pelín escabroso, ¿cómo ves la vida?
Creo que la veo como hay que verla: hay que bebérsela y comérsela, hay que vivirla y disfrutarla. No podemos perder un minuto (aunque todos lo hacemos, pero ésta es la teoría) ni con tonterías, ni con los tontos. La gente tóxica hay que apartarla y seguir camino. ¡Es que esto dura muy poco y soy de las que opinan que después no hay nada! Si hubiera algo ya lo sabríamos. Y lo afirmo con la misma contundencia que otros afirmáis que sí lo hay.
Con un buen olfato profesional, es increíble toda información que se extrae de un cadáver. ¡Igual valemos más muertos que vivos!
¡No, no, valemos mucho más vivos! Lo que sucede es que cuando alguien sabe leer, un difunto cuenta muchas cosas. A un profesional de la medicina, a un forense, a un arqueólogo, le cuenta absolutamente todo. Y al resto, también. La peripecia mortuoria de Evita Perón nos desvela el momento político convulso de su país. Hablan de la cultura, de los ritos de un país. En uno de tradición cristiana, por ejemplo, el Día de Difuntos los muertos te desvelan la costumbre de llevar flores, aunque luego se olviden 364 días de ellos. Pero al menos durante un día, los pobres muertos reciben sus florecicas.
Nieves Concostrina. Foto: Cadena Ser
En tu libro Y en polvo te convertirás, gracias a 153 colaboradores, recopilas imágenes de miles de epitafios, desde los más hilarantes, hasta los más dulces o ingeniosos: auténticas joyas póstumas en las que el difunto tiene la última palabra. Mami, llegaremos muy tarde; espéranos despierta; Aquí yaces, y haces bien. Tú descansas y yo también o Esto es increíble, son algunas de estas frases para la eternidad. ¿Somos creativos los españoles?
No somos especialmente ingeniosos, igual que los que puedas encontrar en Francia, Italia o Argentina. Los seres humanos somos igual de parecidos.
¿Has decido ya el que te acompañará?
No, no lo he pensado.
La muerte es una cosa muy seria. ¿Qué te tomas con humor?
Lamento la muerte de las personas decentes, lamento cuando alguien pierde a alguien: con eso pocas bromas. Pero con humor, la vida. Y como estoy viva, soy periodista y hablo de algunas cuestiones que tienen que ver con los muertos (pasado un tiempo), me lo tomo con humor. ¡Estaría bueno que no pudiera!
Una de las personas que participó en el citado libro recorrió el cementerio de Villafranca del Penedés, una zona que prosperó tras la filoxera que arrasó los viñedos de Francia. Curiosamente, un hecho que quedó reflejado en el camposanto.
No lo recuerdo, pero cuadra perfectamente. En cualquier cementerio de una gran ciudad, o de un pueblo importante, hay grandes panteones porque los aristócratas y las grandes familias, sea del vino, del metal, de la ganadería, del azafrán… o los indianos de Cantabria o Asturias, una vez muertos, querían dejar su sello y su seña. Tenían que tener el mejor panteón para darle en las narices al vecino de al lado.
¡Así que también hay clases después de muertos!
No sé dónde leí el otro día que al final de una partida, el rey y el peón vuelven a la misma caja. Después de muertos ya no hay clases, no somos nada. Es una prepotencia que muestra cómo es el ser humano, con esos panteones llenos de cruces, pretenden perdurar toda la vida. Y con el paso del tiempo están mohosos, abandonados y no hay quien los mantenga.
Estamos realmente familiarizados con la muerte
No, porque no nos ha dejado relacionarnos con la muerte de manera natural y porque se les ha ocultado a los niños. Con eufemismos. Se dan luego circunstancias tan estúpidas como que se muere Copito de Nieve en Barcelona y llevan a los más pequeños para que se despidan. Pero luego se les oculta la muerte del abuelo en el hospital. Porque aunque no soy religiosa y no creo en Dios, esa educación católica que me metieron por narices, aunque yo no quisiera, me ha rodeado de tabúes y de malos rollos en torno a la muerte que me cuesta quitármelos de encima. Me gustaría ver la muerte de una forma más natural, entender que esto es así desde siempre y que más vale que lo aceptemos. Una muerte natural, claro, no antes de tiempo. Lo siento, pero creo que tenemos una losa que nos va a costar generaciones quitárnosla de encima. Al menos ahora hay servicios funerarios y empresas modernas con las que puedes organizar tu propio servicio laico.
Bali o Guatemala son ejemplos de ritos fúnebres francamente especiales. Y, en el primer caso, muy sereno.
Los ritos más bonitos son los que combinan las tradiciones paganas. Son los más coloristas y cada pueblo ha creado su propio sincretismo. Indonesia y su sentido de la muerte me llaman especialmente la atención, porque en ningún sitio como en Bali he visto que realmente se crean las cosas que predican. Allí he asistido a ese rito, a una cremación, porque es pública, es una despedida oficial. Y es muy curioso porque nadie llora, ya que están convencidos de que el muerto se va a un sitio mejor. ¡Y aquí se deshacen en lágrimas! También Hong Kong, con su sentido del más allá. Les ponen frutas a sus muertos, acuden frecuentemente y renuevan las ofrendas. El muerto está cerca de la persona querida: eso no te lo da ninguna religión o ideología.
Hablando de vino. ¿Tu primer sorbo?
Pues sí lo recuerdo, porque a mí el vino no me gustaba. Mi abuelo fue un borracho (no un alcohólico, que es muy distinto). Se las hizo pasar muy mal a mi madre y en mi casa no entraba un vino. Es más, en mi casa se comía con leche. Cuando empecé en el periodismo, con 19 ó 20 años, en Diario 16, recuerdo una comida de prensa, aunque no el motivo, en uno de los mejores restaurantes de Madrid: Jockey. Me animaron a probar el vino y no me gustó nada, aunque era excelente. A partir de ahí aprendí a beberlo, por no rechazar algo que sabía que era bueno. Personalmente soy consciente del que me gusta, y el que no; el que me pasa por la garganta y me provoca carraspera, o el que pasa suave. No entiendo más allá. Y soy de blanco, pese a que digan que los buenos bebedores de vino lo son de tinto. ¡Estoy de fundamentalistas!
¿Con quién compartirías una copa de vino… vivo o muerto?
Muerto con nadie. (Risas).
Te lo formulo de otra manera… una persona que ya no esté y con la que, por su vida o su profesión, quisieras conversar…
¡Uy, hay tantas! No porque los admire o no, sino por curiosidad. Me tomaría una copa de vino con Napoleón para preguntarle por qué lió la que lió, por saber en qué momento se le fue la pinza a este hombre. Con María Antonieta, para descubrir por qué fue tan tonta… Con Evita Perón, Stalin, Lenin, Hitler… ¡Con Franco no me tomaría nada, no me interesa ni lo que piensa! Hay con personas con las que me gustaría… no por compartir una copa de vino, sino por saber, por entender qué se les pasaba por la cabeza. Bueno, a Hitler lo retiro, era un loco.
¿Y fuera del ámbito político?
Pues quizá con Cervantes. Y saber cuál era el maldito lugar de La Mancha, porque estoy convencida de que fue lo primero que se le ocurrió. También le preguntaría, entre otras cuestiones, por qué a lo largo de dos libros ni Don Quijote, ni Sancho Panza, entran en una iglesia.
Siguiendo con el léxico de un tema que dominas… Alguna vez te han dicho aquello de ¡Nieves, estás de muerte!
No, no. (Risas). Hace unos años probablemente sí, pero ahora ya no.
¿El último muerto que te ha caído?
A ver… la verdad es que no.
¡Cuántas frases coloquiales tenemos en torno a este tema!
Pues sí. Estoy pensando y… recientemente no me ha caído ninguno. Quizá ahora soy muy libre trabajando y viviendo. Pierdo el tiempo lo justo. Y convencionalismos, pocos. Al contrario: soy muy feliz con mi trabajo, mi vida y mis amigos. Digo lo que quiero dentro de un orden, hago uso de mi libertad y al que no le gusta, cambia de emisora. Si me ha caído algún muerto me lo he debido de quitar pronto de encima, o lo he esquivado, porque no me acuerdo. (Risas)
¿Cuándo descubriste este nicho temático en el periodismo?
Me descubrió él a mí por una cuestión de necesidad laboral. Me quedé sin trabajo en el periódico y el que tenía era una revista de los servicios funerarios de Madrid, así que tuve que aprender la temática y la información del sector. El director de la revista Adiós (que aún sigue existiendo), Jesús Pozo, supo darle un enfoque diferente, un aire cultural. Descubrí un caudal informativo que no me había tocado tratar nunca, un mundo interesantísimo, y de ahí le hice la propuesta a la radio.
Entre tus libros editados encontramos títulos como «Muertes ilustradas de la Humanidad» o tu primera novela en 2004, «Antonia», inspirada en tu madre. ¿Cómo te ha influido tu familia?
Si has leído el libro, verás que mi madre era analfabeta, aún lo sigue siendo, y mis padres eran una familia muy pobre, sin estudios. Yo sí tuve esa oportunidad e hice el resto, con mucho esfuerzo. Decidí escribir el libro Antonia porque en este país nadie habla de aquella guerra y postguerra, de que todavía son analfabetos: no quieren compartir las miserias que pasaron y el hecho de salir de aquella España que los tenía hundidos. Pero las historias no salen de las 4 paredes. Tras escucharlo tantas veces en mi casa, decidí que, como periodista, tenía que reflejarlo. Estoy orgullosa de donde vengo y, una vez contado, a otra cosa mariposa: no me enquisto en las cosas. Y como consejo mi madre me decía “date prisa, que esto se acaba”.
El sábado 13 de mayo en Vivanco ¿que nos depara? ¿Darás algún consejo para descansar en paz?
(Risas). Morirte a gusto, sin meterle el dedo al de al lado. Una vez que uno se muere… ¡claro, me estás preguntando y ya sabes cómo pienso!
Bueno, la respuesta también sirve para descansar en paz cuando uno se va a dormir.
¡Eso es descansar! (Risas). Lo mismo: con la conciencia tranquila, a pesar de los nerviosismos del trabajo, de la putadita del jefe, duermes a pierna suelta. Y para descansar definitivamente, pues ya sabes… Tenemos miedo a la muerte. Yo no me quiero morir porque me lo paso muy bien aquí y en el fondo sufrimos porque no nos lo queremos perder. Pero como decía Machado, cuando tú eres, la muerte no es. Y cuando la muerte es, tú ya no eres.
* Foto de cabecera del artículo: El Comercio