Vivanco es una locura maravillosa. Un proyecto inesperado que, por su pasión, me recuerda a Rafael Alberti.
Benjamín Prado, a sorbos.
Por Lali Ortega Cerón
El 22 de abril, en Maneras de Contar la Cultura del Vino
Vivanco es una locura maravillosa. Un proyecto inesperado que, por su pasión, me recuerda a Rafael Alberti.
Conoció a Rafael Alberti en un bar y, con la osadía de los 19 años, y aún con mayor sinceridad, le transmitió honestamente qué le parecía su obra. Todo un remolino de frescura poética para alguien acostumbrado a los elogios. Desde entonces fueron inseparables, dos almas gemelas entrelazadas entre caminos de tierra. Cuatro huellas, dos al abrigo de la sombra del ángel, salpicadas de versos, de risas, de confidencias, de la memoria de la literatura recordada en cada rincón de España.
A Bob Dylan, y a su Hurracan, le debemos el primer poema de un escritor que huye de la rutina. Por un motivo misterioso sigue escribiendo poesía. Y novelas. Y lejos de la estética de un poeta taciturno y solitario entre el asfalto del siglo XXI, Benjamín Prado es un conversador optimista y vital, al que le parece más interesante aprender que enseñar. Un hombre que a sus cincuenta y… ha logrado conquistar a un público joven gracias a su último poemario Nunca es tarde. Un buen pretexto para conocerle a través de este canto al amor maduro, que se aleja del personalismo de la literatura.
Entre las inflexiones de voz, que nos recuerdan a sus intervenciones en radio, reconoce que un escritor no elije a sus lectores. Él mismo se sorprende cuando le pone cara a los suyos. También le preguntamos por sus amigos. Y por Sabina, con el que ha compuesto varias letras de sus discos. Y le retamos para que, entre verso y prosa, acompañe en un escenario a una de las voces rasgadas y melodiosas más poéticas de nuestro país. Si cometerá o no otra osadía, está por ver.
Marzo es el mes en el que lloran las cepas, tras el letargo del invierno. ¿Qué te emociona?
El reino de Bután tiene razón cuando instaura la Felicidad Nacional Bruta. Creo en la felicidad solidaria, porque me emociona que a la gente le vaya bien y que, en particular a los míos, les vaya muy bien.
El aroma que aún recuerdas.
Seguramente el de la amistad con Alberti, el que emanaba de este gran poeta del siglo XX: su conciencia civil, su infinito respeto por la literatura, su talante personal… es probablemente lo que más ha marcado mi vida, al menos como escritor. Los aromas no sólo entrar por la nariz, sino por los ojos, los oídos, por la conciencia. De hecho, no soy partidario de que tengamos sólo cinco sentidos. Me gusta mucho un tipo de personas, los que son muy serios y conscientes en su trabajo, y que no descuidan a los que tienen a su alrededor. En eso consistía Alberti. Tenía ese aroma espiritual de la gente que me gusta.
Los sonidos son muy inspiradores. Siempre escribes con música…
Sí. Además de porque me gusta mucho, actúa de banda sonora para lo que estoy escribiendo y evita que escuche los ruidos de alrededor. Los dos mayores inventos literarios han sido la tinta y los auriculares. (Risas). El mundo del vino suena en los poemas, con Ovidio, Horacio, Alberti… en muchos libros, desde Grecia o Roma, hasta la actualidad.
Tu primer contacto con el vino.
Como bebedor, muy tardío. Empecé a disfrutarlo con 40 años. Se afinó mucho a raíz de comprar una casa en Cádiz, donde está muy presente (el 90% de actividades culturales se desarrollan dentro de las bodegas). Cuando conoces el mundo del vino, de los enólogos, te das cuenta de que tiene su lenguaje, su mitología. Escucharles hablar es una clase de literatura y un ejemplo de pasión por un oficio extraordinario. Y cuando era pequeño, desde siempre, porque a mi padre, asturiano, le gustaba incluso hacerlo y tenía su pequeña bodega. A través de Alberti conocí la mitología del vino, ya que durante una época de su vida fue representante de vinos gaditanos en la zona norte de España y en la meseta.
Algunos vinos ganan con la edad. ¿En qué has mejorado con el paso del tiempo?
En todo lo que tengo alrededor: en la familia que he ido construyendo y en los amigos que he ido haciendo. En general la edad es muy ambivalente. ¡A quién no le gustaría tener 15 años menos! Pero con los años aprendes más tu oficio y a disfrutar de las cosas. Cuando te empieza a faltar familia y amigos, valoras el triple una comida, un buen vino, una conversación con personas con las que no hay que disimular nada.
Sin esfuerzo no hay poesía…
Los versos no caen del cielo, hay que trabajar muchísimo. Machado tiene una frase extraordinaria: que el trabajo escriba y la inspiración corrija.
Te cruzas a los 19 años con Rafael Alberti en un bar… ¿Qué crees que vio en ti con casi 60 años de diferencia?
Hablando de sentidos, aquellas cosas que más nos gustan en la vida se deben a razones inexplicables. Algún amigo me decía que Rafael comentaba ¡este niño tiene una fe en la poesía como no veía desde Federico! Hay motivos obvios para que a mí Alberti me fascinara… pero no encuentro razón para que el casi me tratara como a un hijo. ¡Igual había bebido!
Foto: Angel de Castro
¡Pero los efectos no durarían tantos años!
Te garantizo que los amigos que se hacen en los bares son los mejores. (Risas)
¿Cómo lo recuerdas con el paso del tiempo y la madurez?
Una persona maravillosa, extraordinaria en todos los sentidos. Con unas ganas de vivir modélicas. Y ese respeto por la poesía, esa conciencia social para que la gente estuviera bien. Él era muchísimo más joven que yo, y que casi todo el mundo.
¡Qué bonitos y entrañables aquéllos viajes a los lugares de su infancia! Cómo reaccionaba Alberti cuando recorría aquellas calles…
Por una parte de una manera normal, con nostalgia, que es bastante dañina; con melancolía, que es bastante más suave; con alguna tristeza por el tiempo ido; y también con mucha ilusión. Porque después de tanto vivido, de episodios muy duros, podía volver a disfrutar de su Cádiz, de su mar… Había algo excepcional en él: su memoria prodigiosa. ¡Sabía 30 millones de poemas de memoria! Desde el Arcipreste de Hita, pasando por Jorge Manrique o Quevedo… Todo lo enlazaba con el lugar en el que nos encontrásemos, a todo le daba una respuesta literaria y poética. El mundo, la felicidad, se puede explicar así.
Aprendiste de Alberti tomarte muy en serio tu obra y a broma a ti mismo.
Él siempre lo decía. No soy Alberti, pero a veces dicen cosas sobre ti tremendas… y si las tomaras todas en serio, te convertirías en un idiota. Es muy bonito ser importante para alguien en la vida y viceversa. En el fondo es lo que buscamos. Es verdad que las personas a las que nos gustan la literatura y la poesía, nos identificamos con aquellos que nos dicen cosas que nosotros mismos no podemos explicar con nuestras propias palabras. Es el juego de espejo de la literatura: dime las palabras que necesito para explicarme a mí mismo.
¿Qué debe tener un buen poema?
Algo que emocione. Ser capaz de hablar de quien lo lee, hacer sentir al lector concernido, explicado. Hablar de uno no aguanta el paso de los demás: el poema tiene que ser de ida y vuelta, un espejo, una radiografía interior.
¿Cómo se queda un poema cuando desaparece del camino el que la inspiró?
Viudo. Y el que lo escribe, también. Creo que no tiene que reflejar una primera persona, sino un estado sentimental. Tengo un poema en mi último libro que es muy duro de leer, sobre la muerte de mi madre. Una persona… en fin, a la que echo de menos todo el rato, todos los días. Me cuesta, pero a veces lo leo y es algo catárquico, terrible. Porque mientras lo leo, escucho llorar a veinte, a treinta personas en una sala. Veo gente quitándose las lágrimas a manotazos. Es tremendo. A todas esas personas no les estoy hablando de mi madre, sino de la suya. Esa es la literatura.
En 1995 publicaste Raro. ¿La pregunta más extraña que te has hecho?
¡A mí mismo! (Risas). Esa es una pregunta muy difícil porque soy muy preguntón con los demás y conmigo mismo. Lo primero que me pregunto, incluso para escribir, es cómo lo hago y por qué. Lo cuestiono todo. No tengo grandes dudas sobre quién soy (no me gustaría ser otra cosa). En cuanto a lo irremediable, todo son experiencias, todo te enseña. Incluso lo más terrible.
Una copa llena de gente en la portada del libro qué escondes en la mano y un chaleco salvavidas. Muchas lecturas en una imagen…
Sí, sí, la verdad que sí. Participo hasta donde me dejan en mis portadas. Vivimos en un mundo muy injusto, muy desigual, donde parece que unos tienen los salvavidas y otros tienen que nadar. Todo el mundo tendría que tener las tres C: comida, casa y cultura.
Cuando te cruzas a “mala gente que camina” entonces…
Balzac siempre decía que las novelas cuentan la historia privada de los países: el peso que la Historia tiene, con mayúscula, en la vida real de las personas. Y estoy de acuerdo. Mala gente que camina es una reflexión sobre la impunidad, quizá la palabra más fea del diccionario.
La amistad es crucial en tu vida. Como Sabina.
Los amigos más importantes son los que ya no lo son, los que se convierten en casi familia. Gente con la que uno disfruta, se preocupa, al que uno acompaña y que te acompañan. Tengo unos pocos de hace 35 ó 36 años. Nos seguimos riendo muchísimo, tenemos intereses comunes. Sabina es uno de los amigos a los que más quiero. Con él me lo paso muyyyyyy bien. Y si nos tenemos que pelear por un verso, somos aún más amigos. Es uno de mis imprescindibles.
Obligado preguntarte por el disco Vinagre y Rosas… ¡el vino está presente a la vuelta de la esquina!
(Risas). Prefiero el vino al vinagre, sólo echo aceite en la ensalada. Hablando de los Días de Vino y Rosas surgió ese título. Ahora tenemos disco nuevo. Sabina arrasa por donde pasa, y me da mucho gusto ver a un amigo triunfar con ello y que se lo valoren. Ten en cuenta que en estas profesiones estamos constantemente sometidos al juicio de los demás, que opinan, recomiendan, critican…
Como eres reincidente y conoces el Museo Vivanco de la Cultura del Vino. ¿Qué historia te inspiraría?
¡Vivanco es muy inspirador! Desde el principio quedé tan impactado, que lo he recomendado a mucha gente. Me parece una locura maravillosa. Una de las cosas que más me gusta, y tiene mucho que ver con Alberti, es la pasión de una familia por un mito, por el logro de un oficio. Los vinos de Vivanco están ¡buenísimos! Pero además el Museo es una locura deliciosa, tan inesperado, tan inaudito… Así que ¡relación toda, voy feliz! Es uno de mis sitios favoritos y además son muy buena gente.
Un brindis con tu vino preferido de la bodega: Colección Vivanco Cuatro Varietales.
Siempre brindo por la felicidad. ¡Hay que reírse, joder, esa es la mejor terapia! El mundo lo pone muy difícil, porque constantemente hay motivos para las preocupaciones, para la intranquilidad. Pero incluso en esos momentos malos, siempre hay que sacar un motivo para la risa. Porque además, no hay relación que soporte la infelicidad. ¡Es imposible!
Os recordamos que podéis dejar preguntas para Benjamín Prado en los comentarios o en nuestras redes sociales utilizando el hashtag #ManerasDeContar.
*La fotografía de cabecera del artículo pertenece a rtve.