En el viñedo todo obedece a una lógica. A una armonía que en el caso de la naturaleza también nos refleja los principios sencillos de la física.
Abril es un mes relativamente tranquilo en el viñedo y también una buena fecha para comprobar las leyes elementales que nos rodean, y que son decisivas durante abril y también durante principios de mayo. En esta época los viticultores miran al cielo, al suelo y al horizonte, y cruzan los dedos para que no se produzcan las temibles heladas que puedan acabar con los brotes verdes recién estrenados en las cepas.
El globo aerostático
Francia, 4 de junio de 1783. Los hermanos Montgolfier realizan la primera demostración pública de su invento: un globo aerostático de diez metros de diámetro, construido con tela y papel, se eleva al cielo. Su sueño de llegar a surcar las alturas comenzó a gestarse cuando los hermanos Joseph-Michel y Jacques-Étienne estaban sentados frente a una fogata, aunque no sabemos si prendida con sarmientos. Notaron que el humo se elevaba y pensaron en cómo aprovechar el fenómeno. Después de varios experimentos comprendieron el quid de la cuestión, que es pura física: cuando cualquier sustancia está caliente, las moléculas están más separadas. Y cuando está fría, las moléculas están más juntas. El aire caliente es menos denso que el aire frío, es más ligero, y por ello, sube.
Es la misma filosofía del principio de Arquímedes que año tras año seguimos estudiando en las aulas: un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, recibe un empuje de abajo hacia arriba, igual al peso del volumen del fluido que desaloja. Toda esta física, todo este equilibrio entre aire frío y aire caliente, también lo encontramos en la viña.
Las heladas primaverales
En abril y en mayo hay que estar pendientes de las heladas primaverales, de esas masas polares que se pueden descolgar en esos meses y que pueden provocar que el brote se hiele, que se queme en cuestión de minutos. Por ello, al plantar los viñedos hay que tratar de evitar las zonas propensas a las heladas. Pero si la suerte está echada, y la ubicación es la que es, y a no ser que las temperaturas bajen del límite del 0,5 bajo cero, un molino puede ser una solución.
Para que os hagáis una idea, en el viñedo, en dos metros de altura, puede haber hasta dos grados de diferencia de temperatura. De hecho en el suelo a veces estamos a menos un grado. A metro y medio nos encontramos a 0 grados. Y a dos metros de altura la temperatura puede ser de dos grados. Es una diferencia de temperatura brutal en un intervalo tan pequeño. Por eso en ocasiones se hielan los brotes del tronco de la cepa, pero no los que están más arriba. Es muy curioso. Por ello en esas zonas complicadas, o en vaguadas, veamos molinos en los viñedos, con sistemas antiheladas, y que se encienden automáticamente. A veces disponen de estufas que generan aire caliente y en otros casos es el propio movimiento del aire el que evita que el frío se quede estancado y hace que el aire se mueva.
Fue allá por septiembre de 1783 cuando los hermanos Montgolfiere dejaron boquiabiertas a más de 100.000 almas, entre ellos a Luis XVI, María Antonieta y toda su corte. En aquel vuelo inaugural de un globo aerostático los tripulantes fueron un gallo, una oveja y un pato. Hoy somos pasajeros del siglo XXI. Pero los principios de la física, 233 años después, siguen siendo los mismos sobre un viñedo. Así que no olvideis que el aire caliente… tiende a subir.