A lo largo de la historia muchos han sido los que han contado y cantado las excelencias del vino, pero si por el hecho de hacerlo estás poniendo en peligro tu libertad e incluso tu vida creo que, nuestro protagonista, bien merece el título honorífico de poeta del vino. Esta es la historia del poeta persa Abu Nuwas.
Hasta la Hégira, la huida del profeta Mahoma de la Meca a Medina en el año 622, en la península arábiga preislámica el consumo de alcohol era generalizado. Sería un hecho puntual el que desataría la guerra contra el alcohol hasta su destierro del mundo islámico, primero limitando su consumo y más tarde con su prohibición total. Abd al-Rahman ibn Awf, un amigo del profeta, había disfrutado de un almuerzo con unos amigos regado con abundante vino. Por la tarde, cuando llegó el momento de la oración, se dirigió a la mezquita y allí cometió un error al recitar el Corán. Para que no volviese a ocurrir, Allah reveló al profeta…
No te acerques a la oración mientras estés intoxicado, hasta que sepas lo que estás diciendo (Corán 4:43)
Esta primera limitación de consumo se convirtió, poco más tarde, en prohibición…
Los embriagantes, los juegos de azar, las prácticas idólatras y la adivinación del futuro no son sino una abominación, obra de Satán. ¡Evitadlos, para que así alcancéis la felicidad! (Corán 5:90)
A mediados del siglo VIII, en una época convulsa cuando los abasídas eliminaron a la dinastía Omeya y tomaron el poder del califato trasladando la capital de Damasco a Bagdad, nació Abu Nuwas en Ahwaz (Persia, hoy Irán). Vivió su juventud en Basora, donde estudió el Corán y los hadices (la base de la Sunna -estilo de vida, las costumbres-, la segunda fuente del Islam después del Corán). Allí, se cruzó en su camino el ilustre poeta Waliba Ibn al-Hubab, quien lo acogió y convirtió en su pupilo. No tardó mucho tiempo el maestro en darse cuenta de que su discípulo tenía un don especial, y decidió enviarlo una temporada al desierto con los bereberes para que conociese la poesía preislámica y arabizar su lenguaje y su escritura, demasiado influenciados por el farsi (lengua de su madre persa). Aquella vida austera entre gentes conservadoras no era para él y, antes de lo previsto, regresó para establecerse en Bagdad, justo cuando Harún al-Rashid había llevado al califato a la cumbre de su poderío. Un período de excepcional esplendor cultural, científico y económico, donde Nuwas se manejó como pez en el agua. El arte de nuestro poeta ya empezaba a ser conocido en la ciudad, y cuando llegó a oídos de Harún lo llevó a la corte y lo nombró preceptor de su hijo Al-Amín. Entre el lujo, el boato y el vino comenzó a desplegar todo su potencial artístico, en el que ofrece una visión del mundo hedonista y disipado, muy lejos de las enseñanzas del desierto. Lamentablemente para nuestro protagonista, Harún también era muy radical en sus concepciones religiosas, y no podía permitir aquellas composiciones que cantaban las excelencias del vino y del amor homosexual. Nueas fue condenado a prisión primero y, más tarde, tuvo que huir a Egipto.
En 809, cuando falleció Harún al-Rashid, fue nombrado califa su hijo Al-Amín, del que había sido preceptor Nuwas y con el que compartía su gusto por el vino y la vida disoluta. Recuperada su posición de privilegio en la corte y libre de seguir desarrollando su arte, nacerán las mejores composiciones del poeta. Un sentido del humor sutil, agudo ingenio, no exento de ironía, y una sensibilidad extrema lejos de formalismos y convencionalismo, que incluso le permitirán cuestionar los preceptos islámicos, fueron sus señas de identidad. Apenas 4 años duró este tiempo de vino y rosas, porque tras fallecer su amigo en 813 le sucedió en el trono su hermano Al-Mamun, amante de las letras y las artes pero no así del vino y de los placeres carnales. Abu Nuwas fue enviado a prisión donde se cree que murió en 815.
A pesar de que su popularidad superó el perfil humano y pasó a formar parte de la leyenda, apareciendo incluso en los cuentos de Las mil y una noches, aún hoy en día sus poemas todavía están sujetos a la censura de los guardianes de la moral pública.
Esta es una muestra de su obra…
Siéntate junto al narciso, deja atrás las espinas,
túmbate al lado del mirto, olvídate de las zarzas,
y por la mañana empieza a beber el vino.
¡Que ninguna prohibición te lo impida!
Quien combate los placeres que el vino acompaña
vive una extenuante vida de aflicción.
Hombres, ¡a mí qué me importan
las espadas o los combates!
Yo sólo sigo a una estrella:
la del placer y la música.
En mí no confiéis,
pues soy de aquellos que rehúyen
encontronazos y embates.
Cuando veo el enemigo
salto sobre mi potrillo
con las riendas colocadas
por el lado de la cola.
No sé cómo es un arnés,
ni un broquel, ni un alfanje.
Todo mi afán es saber,
cuando sus guerras estallan,
por qué camino escapar.
Si de juergas se tratara,
de beber vino sin mácula
o de pasarme la noche
junto a vírgenes luciendo
sus vestidos de luto negro
me veríais con razón
como héroe de los árabes.
¡Cántame, oh Sulaimán,
y llena de vino mi copa!
¿No ves que apareció al alba
bajo sus tenues velos?
Cuando te llegue la jarra
agárrala y sírveme:
quiero que ella te distraiga
de la llamada del almuédano.
Sírveme el vino sin tregua,
a la vista de todo el mundo,
y hagamos como los de Sodoma.
Lloro a causa de las palabras de nuestro profeta Mahoma.
Esto es lo que hace caer las lágrimas sobre mi pecho.
Esas palabras prohíben beber el vino
¡Y esa prohibición ha llegado hasta nosotros!
Ya que lo ha prohibido lloro por el vino.
Y después lo bebo bien puro.
Sé que por haberlo bebido seré castigado a recibir ochenta azotes en la espalda.
Busca refugio de Ramadán
en el buen vino de las tinajas.
Y entero pasa el mes de Shawal
entre orgías con las esclavas
y borracheras de par en par.
Shawal nos ofrece dones y bienes
y aún así un reproche merece:
pese a juergas y festines,
pese a dejar sueltas las riendas
de la pasión desenfrenada,
por ser de Ramadán el más cercano
no puede ser el mejor mes del año.