El vino ha sido un elemento clave dentro de la cultura de los seres humanos prácticamente desde tiempos inmemoriales. Algunas de las mejores muestras de esta relación del vino y el hombre, que dura ya más de 8.000 años, son las que podemos extraer de las cosmovisiones de la Antigua Roma y la Antigua Grecia. No en vano, los romanos, inspirados en la tradición religiosa de los griegos, importaron la figura de Dioniso, el dios griego del vino, para adaptarla a su versión romana: Baco. Dioniso y Baco son pues dos caras de la misma moneda, dos formas de representar a una deidad. Un dios de la vid y del vino, pero también de la fertilidad, de la agricultura, de la música, del teatro o de la liberación de la propia personalidad a través de diferentes ritos iniciáticos.
Por ello, es fácil imaginar la influencia que estos dioses tenían para sus respectivas civilizaciones y, por extensión, el papel protagonista que el vino tenía en las celebraciones en su honor y en la vida cotidiana de quienes rendían culto a Baco y a Dioniso.
Dioniso: el origen de Baco
Si algo hay que reconocerle a la civilización romana es su capacidad de incorporar elementos de otras culturas a la suya propia, lo que hoy en día nos permite conocer mucho más de otras civilizaciones antiguas que si estas referencias hubiesen sido eliminadas. Este es el caso de Baco y Dioniso. Y es que es imposible hablar de Baco sin mencionar a Dioniso, ya el primero no es más que la interpretación que hicieron los romanos de la deidad griega.
Según cuenta la mitología griega, Dioniso era hijo del dios Zeus y de una mortal: Sémele. Zeus mantuvo una relación con la mujer haciéndose pasar por un simple hombre y siéndole infiel a Hera. La diosa, enfurecida por los celos, se hizo pasar por una anciana y convenció a Sémele para que le pidiera a su misterioso amante que revelase su auténtica identidad durante el sexto mes de embarazo de ella. Sémele accedió y rechazó a Zeus al negarse este a complacer su petición. Entonces, Zeus se reveló en forma de rayo, alcanzando a Sémele y carbonizándola.
De entre las cenizas, Zeus logró rescatar el feto de Dioniso y se lo plantó en uno de sus muslos para permitir que finalizase su gestación. De este hecho vendría el nombre de Dioniso, que querría decir “el dos veces nacido”. Tras su nacimiento, Dioniso fue entregado a Hermes, quien confió su crianza al Rey Atamante de Orcómenos y a Ino, su mujer. Lo hizo pidiendo a los padres adoptivos que lo criasen como a una niña, para proteger a Dioniso de la ira de Hera. Sin embargo, esta descubrió los planes de Hermes y Zeus tuvo que llevarse a Dioniso a Nisa (una localización inconcreta en Asia, cercana a Etiopía, Libia o Arabia) donde fue criado por las ninfas de la lluvia. Una historia que explicaría el hecho de los griegos considerasen a Dioniso como un dios de origen extranjero proveniente de algún lejano lugar.
En su adolescencia, Dioniso descubrió la vid y el vino, pero Hera le hizo perder la cordura a través de la embriaguez a modo de venganza. Desde entonces, Dioniso se dedicó a vagar errante con un séquito de ménades, sátiros y silenos entregados al frenesí y difundiendo el cultivo de la vid. Después, se casaría con Ariadna y volvería triunfante al Olimpo.
El culto a Baco en Roma: las bacanales
Los romanos desarrollaron la figura de Baco a partir del Dioniso de la cultura griega y, muy posiblemente, a través del paso del mito por la cultura etrusca. El culto al dios Baco, considerado un culto mistérico, se hacía en torno a las famosas bacanales, experiencias iniciáticas en las que los participantes transmitían la doctrina del dios a través de su experiencia y en las que el vino y el desenfreno corrían a raudales. Estas celebraciones comenzaron a realizarse en Roma en torno al año 200 antes de Cristo, se hacían de forma secreta y solo participaban en ella mujeres. Con el paso del tiempo, los hombres comenzaron a formar parte del rito y el culto a Baco se extendió enormemente, celebrándose bacanales hasta 5 días en cada mes. La popularidad creció especialmente entre mujeres, pobres y esclavos. El Senado intentó prohibir las bacanales ante las sospechas de que durante sus celebraciones se organizaban crímenes y se preparaban conspiraciones, pero no tuvieron demasiado éxito en este empeño.
Para los romanos Baco era un dios liberador, que les permitía desconectarse de su estado normal de consciencia, a través de la música, del éxtasis o del vino. Era también el dios de la agricultura y de la fertilidad. Un dios renacido, que guardaría muchas similitudes simbólicas con la posterior figura cristina de Jesucristo.
La influencia de Baco
La figura de Baco ha sido fuente de inspiración para diferentes corrientes artísticas a lo largo de la historia de la humanidad. A menudo se le representa como un joven bello y andrógino, vestido con una piel de zorro o de pantera, portando un tirso y rodeado de ménades y sátiros en pleno éxtasis.
La representación de Baco y de Dioniso ya era recurrente en la antigüedad, pero su influencia en el mundo del arte se ha mantenido hasta nuestros días. Especialmente destacables son los trabajos realizados a partir del Renacimiento, con obras como las dos pinturas de Caravaggio en honor al dios romano: Baco enfermo (1593 – 1594) y Baco (1595 – 1597); la interpretación del dios de Leonardo Da Vinci con su Baco (1510 – 1515); o la primera gran obra maestra escultórica de Miguel Ángel: Baco (1496 – 1497).
Pero las muestras de la influencia de este dios romano en el arte no se quedan aquí. En el Museo Vivanco de la Cultura del Vino podemos contemplar más de 117 obras relacionadas con Baco, el dios romano del vino. Entre ellos, destacan un mosaico de teselas de los siglos II y IV después de Cristo que representan el rostro del dios con una corona de hojas de parra; o una extensa colección de grabados en los que se narran diferentes episodios de la vida de Baco, elaborados por diferentes artistas como Giulio Romano, Francesco Bartolozzi, Jacob Matham, John Raphael Smith o Jan Pieterszoon Saenredam.
Una figura inspiradora la de Baco e inspirada, a su vez, en la del dios griego Dioniso. Un personaje recurrente en otras civilizaciones y religiones, adoptando diferentes formas y reflejándose en el dios egipcio Osiris, la diosa sumeria Gestín, o el Jesucristo de la religión cristiana, cuya sangre representa el vino en la eucaristía. Toda una demostración de la importancia que el vino ha tenido para todas estas culturas a lo largo de la historia y una clave para entender por qué es tan importante para nosotros.