Hay quienes consideran que mezclar vino es una herejía en toda regla. No digamos ya combinarlo con gaseosa o con un refresco de cola para crear el célebre calimocho. Y si la operación se ejecuta con un tinto de cierta calidad, en lugar de con uno malucho, asistimos a los infartos en cadena.
Sin embargo, a lo largo de la historia y en las distintas culturas y países, ni era, ni es, tan insólito beber vino caliente, mezclado con agua o aderezado con miel y especias. Te invitamos a acompañarnos en este breve paseo por las mil y una formas de degustar el néctar de la vid.
Griegos y Romanos
Para empezar, tengamos en cuenta que, dados los rudimentarios conocimientos enológicos de griegos y romanos, los vinos se estropeaban con gran rapidez. Tanto para conservarlos como para camuflar sus defectos, le añadían productos tales como resinas de pino, agua marina e incluso yeso para clarificarlos, como era el caso de los griegos.
También los romanos recurrían a sustancias singulares para clarificarlo tras la fermentación, como cola de pez, polvo de mármol o clara de huevo; de hecho, esta última se sigue utilizando en la actualidad. Pero además tenían la brutal idea de emplear plomo como edulcorante y conservante, elemento altamente tóxico como hoy sabemos. El envenenamiento por este metal tiene el significativo nombre de saturnismo, ya que “Saturno” era su símbolo en la alquimia. Entre sus efectos se contaban la esterilidad, agresividad y pérdida de memoria. Algunos académicos han planteado que ésta podría haber sido la causa de la locura de Calígula y Nerón.
Griegos y romanos acostumbraban a aguar el vino, debido a su alta graduación, ya que reservaban el puro para rituales y celebraciones religiosas. En los ágapes griegos, el anfitrión (llamado symposiarch) era quien mezclaba las proporciones para los invitados. En Roma, el cellarius era el encargado de la mezcla, con una proporción de dos terceras partes de agua y una de vino.
Ambas civilizaciones compartían igualmente la tradición de aromatizarlos con hierbas. En Grecia era común el consumo de un vino en el que se cocían dichas hierbas y granos de cebada, denominado ptisane, y que es, como habrán adivinado, el origen de la palabra tisana. El conditum romano se aderezaba con plantas herbáceas como el mirto o el ajenjo. Un “cóctel” menos apetecible era la posca, la bebida de moda entre los legionarios y las clases más bajas, una mezcla de vino avinagrado o vinagre con agua, miel y cilantro. Otra con gran aceptación era el mulsum: mezcla del primer mosto con miel, que se servía al comienzo de los banquetes.
De nuevo encontramos el maridaje entre “abejas y vid” en la Edad Media, cuando triunfaba el hipocrás, mezcla de vino y miel con especias como canela, nuez moscada, clavo o jengibre. Se atribuye su invención, sin mucho fundamento, al médico griego Hipócrates.
Hoy en día
Llegamos así a nuestros días. Si han viajado por los países europeos de climas más ingratos, seguro que se habrán reconfortado en alguna ocasión con un vaso de vino caliente aderezado con azúcar, especias y frutas. Es lo que los británicos conocen como “mulled wine” y, aunque con otras denominaciones, es compartido también por alemanes, suecos, daneses, polacos y finlandeses.
La moda de endulzar el vino también ha llegado a los Estados Unidos, donde se han disparado las ventas de sangría embotellada y vinos aromatizados con chocolate, especialmente entre el público más joven. En España, claro está, somos más de “inventos” fresquitos. No es aventurado afirmar que en los usos y costumbres de nuestros antepasados se encuentra el origen de bebidas tan populares como la sangría, el vermut, el tinto de verano, el rebujito o el zurracapote.
Un meteorito en el vino
Acabamos el post con la que sin duda se lleva el premio a la combinación más marciana. Se trata de una creación de un astrónomo escocés radicado en Chile, que supo llevar a término sus dos pasiones: la enología y la astronomía. Tras hacerse con un meteorito caído en medio del Desierto de Atacama, lo introdujo en las barricas y lo dejó madurar junto con el vino durante 12 meses. El resultado fue un vino cósmico, con cierto sabor al origen del Sistema Solar. ¡La realidad, desde luego, supera con creces la ficción!
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Si te gusta más el podcast, aquí lo tienes: http://bit.ly/rne-vivancoculturadevino
Enhorabuena por el premio internacional por empresa familiar. Yo, que soy de Logroño y vivo fuera, lo he oído esta mañana en RNE. Me ha alegrado recordar el nombre de la bodega porque mi familia siempre hablaba de sus buenos vinos. Enhorabuena de nuevo.