Las cepas no son tan diferentes de los humanos. Si a lo largo de su ciclo vital no se les estresa y no se les intoxica con productos fitosanitarios, el número de posibilidades de que lleguen a viejas, aumenta. Pero si se les maltrata y se les exige demasiado, será difícil que lleguen a los 100 años.
De hecho, un viñedo centenario no es garantía de que todas sus cepas estén vivas. El ratio se sitúa entre el 20 y el 40%. A veces, por su genotipo, las vides sobreviven, lo que unido a las condiciones de vida amables y a la alimentación que obtienen según el tipo de suelo, contribuye sin duda a que su vida sea más larga.
Al igual que las personas, las cepas también tienen su momento de salir al mundo, como los bebés, y de vivir su infancia. De ahí experimentan la lozanía propia de la juventud: todo un vigor que trasladan a la sabiduría de la madurez, cuando dan sus mejores frutos. Y, pasado este tiempo, también les llega el momento de apagarse. ¿Y cuándo encontramos el máximo esplendor en una cepa?
Puede que el momento óptimo de una vid no coincida con el momento óptimo del vino. Hay que tener en cuenta que en la planta no sólo crece la parte aérea y la madera que vemos, sino las raíces. Una vez que la cepa ha conquistado su territorio bajo tierra, la parte del suelo que físicamente le sea posible alcanzar, la raíz llega a su máximo potencial. Conforme la cepa se hace mayor, aunque no tenga tanto vigor y las producciones sean menores, el vino de la vid vieja es mejor que el de la joven.
¿Por qué da mejor vino una vid vieja?
Sencillamente porque la planta está más regulada, tiene raíces más profundas, ha alcanzado horizontes con distintas mineralidades que aportan a los racimos distintos aromas y sabores. Y es a sus 30 ó 40 años, ya más mayor, cuando nos regala las mejores uvas y, en definitiva, el mejor vino. Al igual que nosotros, algunas vides cumplen los 20 años, otras celebran el medio siglo de vida y las hay, incluso, que soplan 100 velas con la ayuda del aire del invierno como el que sopla en enero. Un mes que tradicionalmente registra temperaturas muy bajas, y donde el termómetro señala los 0 grados o los bajo cero.
Este número 0, este concepto de “la nada” imprescindible en matemáticas, y que al parecer los calculistas indios fueron los primeros en utilizar, marca lo que conocemos como heladas, cuyo interés bioclimático es especialmente importante por su incidencia en la agricultura. Lo habitual en La Rioja, en la zona de la Ribera del Ebro, es que el promedio de heladas sea menor de 45 días al año. Nada que ver con las cumbres de las sierras, donde las temperaturas bajo cero alcanzan la mitad de los días del año. Y mucho menos con los 93 grados bajo cero que, como en una película de ciencia ficción, se detectaron en la Antártida.
Más parecidos entre cepas y personas
De nuevo, el frío nos hace pensar en un símil con el comportamiento del ser humano. En nuestro caso, la fuente de calor interno son los músculos, que se nutren de aproximadamente el 70% de los alimentos que consumimos. Los músculos del cuerpo producen suficiente calor. Pero si no se combate el frío mediante el ejercicio voluntario, los músculos se encargan de hacerlo y se calientan solos tiritando. Por eso, en los climas fríos, el ser humano necesita mayor aporte de energía y por ello aumenta su apetito.
Nuestro cuerpo está preparado para vivir entre los 36 y los 37 grados. Si esta temperatura interna desciende, nuestro organismo concentra la sangre en los órganos vitales. Por debajo de una temperatura interna de 32º, entraríamos en hipotermia severa y dejaríamos de temblar. A partir de los 31º llegaría el coma. Por ejemplo, ahora que es invierno, a veinte grados bajo cero y dependiendo del viento, las partes expuestas como la nariz, se congelarían. ¿Pero cómo afecta este frío a las cepas?
En pleno invierno, la cepa también concentra su energía y se encuentra en el llamado reposo invernal, como una especie de muerte dulce. Las vides en La Rioja, durante este letargo, están adaptadas para aguantar temperaturas de hasta 15 ó 20 grados bajo cero. Una cuestión totalmente viable a no ser que un frente frío procedente de las regiones árticas o polares nos traiga una bajada atroz en los termómetros. Las heladas son problemáticas cuando las plantas son verdes ya que un brote verde, a partir de 0,5º, ya se hiela. La parte enterrada no moriría y brotaría de nuevo, para lo que habría que, nunca mejor dicho, cortar por lo sano.
Si por lo que sea sois más de radio que de lectura, podéis escuhar el post en este podcast de Radio Nacional: http://bit.ly/cepas-humanos-podcast
Y si te ha gustado o has aprendido un poco más sobre el vino, compártelo en tus redes sociales y déjanos un comentario. Eso nos motiva a seguir compartiendo #CulturaDeVino 😉
Hola, como verán mi apellido es Vivanco, y me llego de casualidad una foto de uno de sus vinos (que espero poder probar pronto), vivo en Argentina, y mi abuelo paterno, Miguel Vivanco es nacido en el año 1891, en una zona cercana a donde tienen su hermosa bodega.
Una hermosa sorpresa a nivel anecdotico, pero quien dice, a lo mejor nuestros viejos ancestros pudieron ser parientes.
Les mando una enorme felicitación por todos sus logros.
Atte.
Oscar Vivanco