La historia de nuestra familia siempre ha estado ligada al vino. Bueno, no desde siempre. Podemos decir que todo este sueño de cuatro generaciones comenzó hace 100 años, cuando nuestro bisabuelo, Pedro Vivanco González, empezó a elaborar en Alberite (La Rioja) las uvas procedentes de un pequeño viñedo que tenía la familia. No era fácil producir vino en aquellos tiempos para un pequeño viticultor. Y menos venderlo. Los recursos técnicos no existían y la ilusión ocultaba todo lo que la realidad ponía de manifiesto. Fueron tiempos difíciles, pero también decisivos.
Nuestro abuelo Santiago continuó con aquel pequeño negocio que había iniciado mi bisabuelo. Nuestro abuelo era muy trabajador, pero siempre hemos dicho que fue nuestra abuela y su esposa, Felisa Paracuellos, la que le animó a prosperar. Ella lo inició todo de alguna forma. Sobre todo por espíritu y capacidad de decisión. Ella fue la que animó a nuestro padre, Pedro Vivanco Paracuellos, a estudiar. Y ella fue la que alimentó esa llama de la Cultura del Vino que poco a poco se fue extendiendo por la familia.
Qué decir de nuestro padre. Un hombre humilde, cercano, conciliador, que comenzó con 14 años repartiendo vino con una bicicleta por todo Logroño. Luego se subió al camión y recorrió toda La Rioja y sus provincias limítrofes. Entre cunetas y viajes se enamoró del vino. Y decidió que si no estudiaba no podría dedicarse a su pasión. Se fue a Requena. Estudió enología. Viajó por el Mundo. Y comenzó a coleccionar todo tipo de objetos relacionados con el vino. Por respeto. Por pura devoción y entusiasmo. El negocio creció. Compramos algunas viñas, empezamos a embotellar, a criar barricas, a prosperar…
El vino nos lo había dado todo. Teníamos la obligación de devolvérselo de alguna manera. Y esa obligación se convirtió en este sueño que hoy es Vivanco y que nació en 2004. Un lugar dónde el vino y su cultura están al servicio de todo. Podríamos habernos dedicado a otra cosa. Pero fue el vino el que nos conquistó, el que nos ilusionó, el motor de nuestra vida. Hoy, nosotros, Santiago y Rafael, sólo podemos darle las gracias e invitaros a compartir nuestra pasión.